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¿Los sueños?¿Mí sueño?El sueño

Dormir. Soñar. Conversar. Suenan simples, ¿no? Pero perderlos, aunque sea un poquito cada día, es empezar a renunciar a mi libertad. Porque cuando renuncio a dormir, a imaginar, a hablar con otros estoy dejando de entrenar mi capacidad de elegir. Y sin elección, no hay libertad.



Dormir.

Más que un lujo, dormir es una necesidad biológica. Puedo estar por ahí como si no pasara nada si duermo mal, hasta que el cuerpo dice “basta”. El problema no es solo estar cansado: es lo que me pierdo cuando no duermo: claridad, memoria, regulación emocional, sentido del humor y, sí, movimiento. Cuando no descanso bien, no pienso bien. Y cuando no pienso bien, no decido libremente. Actúo por reflejo, reaccionando.


Arianna Huffington, de The Huffington Post, lo entendió de un porrazo: se desmayó de puro cansancio, se rompió el pómulo contra su escritorio, y desde entonces se convirtió en activista del buen dormir. Literalmente, cayó en cuenta e inició una revolución del sueño. Según ella (y muchísimos estudios bacanísimos), dormir mal arruina todo: el humor, la salud, la productividad y hasta el criterio para elegir.


Arianna nos deja unos consejos básicos para dormir mejor: Apagar el celular antes de dormir (sí, también los memes de perritos pueden esperar). No llevar el trabajo a la cama (ni en el cuerpo, ni en el pensamiento). Usar pijama de verdad, no esa camiseta vieja con el logo del primer voluntariado. Bajar las luces, poner música tranquila y dejar que el cuarto parezca un spa o por lo menos no la estación del Transmilenio. Tomarse una infusión calmante. (La de café no cuenta).


He ido integrando algunas de estas ideas a mis rutinas y a las de la familia. La más desafiante es la del celular. Me he observado casi “adicto” a esa maravillosa pantallita. Porque si la última imagen que veo antes de dormir es el celular, mi cerebro se queda procesando el mail, los Reels, la discusión de Twitter, el mensaje sin responder. Y así, noche tras noche, me vi arrebatándome a mí mismo el espacio donde la mente limpia, repara y sueña. Entonces pensé: “el celular puede cargarse toda la noche. Yo no”. Desperté y elegí apagarme. Fue un primer paso para tomar distancia, sin extremismos ni culpas. Para entrenar la libertad de dormir mejor.



Soñar.

Soñar despierto es practicar la libertad de imaginar cómo quiero vivir. Sin eso, solo repito lo que ya existe. Es como ir a un gimnasio de mi humanidad donde nadie me dice qué pensar, qué hacer ni a quién parecerme. Ahí, por fin, yo soy con mis palabras, mis imágenes, mis ideas medio locas y mis ganas de “¿y si…?”. Pero claro, eso lleva tiempo. Silencio. Y un pitico de aburrimiento (no hay chismes de farándula).

Cada minuto que pasaba scrolleando sin pensar, me alejaba un poquito más de mi posibilidad de imaginar algo distinto. Y sin imaginación, no hay alternativa. Y sin alternativa, no hay elección. Soñar despierto es hacerle espacio al deseo, a la curiosidad, a lo inesperado. Es ese rato en el que no hago “nada” y sin embargo algo cambia adentro.


Me dí cuenta de que me estaba costando soñar con los ojos abiertos, siguiendo con los ojos bien fijos lo que otros hacían. Perdía tiempo, eso que importa. Pero lo grave es que perdía mi lenguaje interno. Ese que uso para imaginarme de otra forma, para reescribir mis creencias, para desafiar las ideas heredadas. El que me hace humano, como escribía Humberto Maturana en El sentido de lo humano. Cuando dejo de usar mi lenguaje para imaginar, me estoy quedando solo con la realidad que otros ya inventaron para mí. Y perdón pues, pero si la identidad que habito está armada solo con lo que veo en stories de gente desconocida, ¡tengo derecho a hacerle una edición!.


Víktor Frankl lo hubiera twitteado así:  “Al ser humano se lo puede arrebatar todo, excepto una cosa: la última de las libertades humanas: la de elegir su actitud frente a cualquier circunstancia, de elegir su propio camino.”. Y ya sabe, quién lee esto, en qué circunstancias lo ideó Frankl. (Si no, espero haber despertado, también, su curiosidad). Y le sumo: No puedo elegir mi propio camino si no me doy un rato para imaginarlo. Y no puedo imaginarlo si no sueño despierto. Y no sueño despierto si cada vez que tengo un minuto libre abro Instagram y termino viendo la receta de pan de avena que jamás voy a hacer.


Elegí ese ratico donde me permito imaginarme distinto. Más libre. Más yo. Más humano.



Conversar. (para soñar juntos)

Parar y respirar profundo también me ayudó a “pillarme” que en las conversaciones con otros estaba respondiendo a toda velocidad y buscando “tener la razón”,  como si chateara con GPT. Soltar el celular y apagar las pantallas un ratico me ayudó a recordar aquellas ocasiones que charlábamos  en pareja, con mis amigos, mi familia y mi equipo con el tiempo y la disposición suficientes para construir sueños colectivos. Bueno, y eso ni que hablar de otros espacios para la política Política.


Es que  cuando no converso de verdad, no elijo. Solo repito lo que ya pienso, lo que ya sé, como esos algoritmos que convencen para vender, y para vender ideas. Se me olvida que hay otras formas de mirar el mundo y los prejuicios hacen fiesta. Y así, sin darme cuenta, obedezco sin pensar. Porque conversar es una forma de desobedecer en paz. De revisar los pactos. De decir “sí, pero…” o “ya no” o “ahora distinto”. Si Fernando Savater estuviera en WhatsApp, yo reenviaría su idea: “Obedecer por miedo, por costumbre o por comodidad no es ser libre. Solo cuando se puede desobedecer, obedecer tiene valor.”

Obedecer porque elijo, porque tiene sentido para mi… eso es libertad. ¿Y cómo mantenerlo? Charlando. Conversando. Poniendo sobre la mesa lo que pienso y dejando que el otro también aparezca. Como en A Propósito del Futuro (ver aquí). Lugares donde se entrena algo que parece obvio pero ya no lo es: dejar que el otro exista sin tener que parecerse a mí. Cuando conversar con otro no es que él hable y yo aguante. Es que juntos creemos una tercera cosa: un puente, un acuerdo, o incluso un “no estamos de acuerdo, pero ahora sé quién eres”.


Y eso también es soñar. Soñar con otro. Soñar juntos. Soñar con sentido.


¿Entonces?

Soñar es una forma de seguir vivo, incluso en medio del caos. Y elegir volver a eso, todos los días, depende de mí. Esto eslo que propongo que hagamos juntos, a través de un método, una forma de entrenar la libertad cotidiana. Empezando por cosas básicas: Dormir mejor, Escuchar lo que piensas, sin distracciones. Hablar con otros de verdad, sin tener todas las respuestas. Preguntarte qué quieres, qué sientes, qué elijes.


Por eso, proponemos (aquí hablo de este combo poderoso de amigos) rituales como el Kit DMI1: Un espacio para bajar el ruido, descansar el cuerpo, volver a ti y dejar que el celular duerma, para que tú despiertes.


También, te invitamos a vivir el curso Online Depende de Mí.  Otra manera de convertir cada día en una oportunidad para despertar, elegir, conectar. Como si cada día que vives estuviera sonando una canción y pudieras preguntarte: ¿La estás eligiendo tú?, ¿O suena en automático? No se trata de cambiar todo. Se trata de crear un nuevo ritmo, un ritual simple que te devuelva al presente.

Y además, invitamos a nuestros talleres, al seminario Transformadores y a ser parte de un grupo de personas que, también en las redes y en espacios reales, seguiremos haciendo todo lo que haya que hacer para mejorar la calidad del sueño y de lo que soñamos juntos. Hazlo con o sin nosotros, pero hazlo.

Por ejemplo:


  • Apaga el celular 30 minutos antes de dormir.

  • Cierra el día con una pregunta simple: ¿qué elegí hoy?

  • Tómate 10 minutos para no hacer nada. Literal. Nada.

  • Conversa con alguien sin pantallas cerca. Solo escúchalo.

  • Escribe un sueño, chiquito, posible, personal. Aunque no se cumpla. Solo escríbelo




 
 
 

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